Imágenes de Cargueros de hombres en los caminos entre los Andes y el Amazonas ecuatoriano[1]

Juan Felipe Urueña Calderón. Ph.D. Universidad Nacional de Colombia.

En el presente texto se brindará una interpretación de un par de imágenes encontradas durante el viaje      a Ecuador en septiembre de 2023 en actividades del Seminario “Conectar la Frontera Amazónica: fluidez artística y cultural en la modernidad temprana”. Estas imágenes son la acuarela “En el Camino del Napo” (Siglo XIX) hallada en el Museo Nacional de Ecuador y el grabado “Camino del Napo. Subida de Guacamayos” que se encuentra en la Geografía de la república del Ecuador publicada en 1858 por Manuel Villavicencio (Figura 1). En primer lugar, se mostrará que estas imágenes hacen parte de una red de uso de modelos del personaje del Carguero por medio de la cual los viajeros se reapropiaban de imágenes publicadas previamente para adaptarlas a sus propias necesidades expresivas relacionadas con los espacios geográficos que les interesaba describir. En segundo lugar, se mostrará que estas imágenes sirvieron para dar cuenta del estado de las vías de comunicación que permitían articular los Andes con el Amazonas ecuatoriano en una fase de consolidación territorial de la república del Ecuador durante la segunda mitad del siglo XIX.  En tercer lugar, se mostrará que estas imágenes también permiten documentar la sobrevivencia colonial y republicana de prácticas prehispánicas de articulación territorial entre los Andes y el Amazonas. Finalmente, se delineará una conclusión preliminar, o una hipótesis de trabajo, según la cual estas imágenes son la expresión de una conciencia histórica decimonónica que ubica a los cargueros, y a las vías por las que transita, en el pasado, como producto de una proyección sobre el espacio de concepciones del tiempo entendido como progreso. De este modo, el territorio republicano se interpreta física, cultural y políticamente desconectado en sus partes con el todo. Sin embargo, acudiendo a concepciones de la temporalidad alternativas, estas imágenes también permiten redimir la sobrevivencia, en sentido warburiano, de una memoria de otras formas de interpretar los modos de articulación del territorio.[1]

Figura 1: Comparación de dos imágenes adyacentes. Manuel Villavicencio, Camino del Napo (1858). Subida de Guacamayos; Anónimo, Camino del Napo (Circa 1859). Fuente: Elaboración propia en Aventura.js. Manuel Villavicencio, Geografía de la república del Ecuador (New York: Imprenta de Robert Craighead, 1858); Museo Nacional de Ecuador, siglo XIX, fotografía tomada por Juan Felipe Urueña Calderón.

Una red de uso de modelos del personaje del Carguero

En la “Geografía de la República del Ecuador” de Manuel Villavicencio, publicada en 1858, se encuentra una descripción de los caminos que conectan la Sierra con la “Provincia de Oriente”, es decir, el Amazonas ecuatoriano. Al referirse al camino denominado “San José”, el geógrafo menciona que no se puede decir nada que no se haya dicho ya sobre el resto de caminos, que en general son tildados de malos. Lo único que destaca es un paso que queda en la “Cordillera de Guacamayo”, que describe como “una larga colina muy fría i peligrosa para quedarse en ella por la noche” (Villavicencio, 1858: 394). Villavicencio puntualiza que en este paso “Las mujeres i personas delicadas que no pueden hacer las jornadas a pié se hacen cargar por los indios: para esto se necesitan cuatro que se llaman estiveros i van cambiándose en cada descanso”(Villavicencio, 1858: 394). En relación con esto, describe el sistema de viaje: “El viajero se sienta en una estrecha silla con una larga tabla que le sirve de espaldar, i es la misma que va sobre la espalda del indio, de modo que se viaja con la vista al camino que se deja i no se puede evitar los golpes i arañazos de las ramas en estos cerrados bosques, además de la molestia del calor i sudor del indio” (Villavicencio, 1858: 394). También menciona que “En los puentes i malos pasos hay que bajar de la silla por ser imposible que el indio pueda pasar con esa carga” (Villavicencio, 1858: 394).

Este fragmento del relato está vinculado a un grabado que se encuentra algunas páginas atrás, titulado “Camino del Napo. Subida de Guacamayos”. En la imagen, se observa en primer plano un árbol y dos cargueros ascendiendo por una ruta escarpada. En el plano medio se distingue lo que podría describirse como un valle interandino, mientras que en el fondo se aprecian montañas que probablemente representan los Andes (Figura 1). Esta imagen está basada, evidentemente, en un grabado que se puede encontrar en el relato de John Potter Hamilton (Hamilton 1827), quien estuvo en el territorio (gran)colombiano, durante la década de 1820 (del cual hacía parte, por aquel entonces el territorio que después habría de llamarse Ecuador) (Figura 2). En ambos grabados, la disposición de los cuerpos de los cargueros es la misma. Cambian algunos detalles relacionados con el medio por el que atraviesan los cargueros, aunque podría decirse que ambos grabados comparten un contexto geográfico análogo, los elementos están dispuestos de diferente forma. El medio por el que atraviesan los cargueros del grabado de Hamilton tiene el ángulo más cerrado, y las montañas del fondo apenas y resaltan por detrás de un tupido follaje. También cambian una serie de detalles de los cargueros, como el baúl del carguero que va adelante, el sombrero y el paraguas del sujeto que está siendo cargado por el carguero que va atrás. 

Figura 2: John Potter Hamilton [Atribuido]. Eduard Francis Finden [grab]. View of the pass from Quindio. In the province of Popayan & cargueros (or carriers) who travel it, 1827, Aguafuerte. Fuente: John Potter Hamilton, Travels through the interior provinces of Columbia (Londres: John Murray, 1827)

Fueron justamente el sombrero y el paraguas los detalles que sirvieron a Giorgio Antei (Antei, 1995) para conjeturar la posibilidad de que el carguero de Hamilton hubiese usado el modelo de un dibujo hecho por François Desiré Roulin encontrado, junto con otros dibujos suyos, en la biografía hecha en 1929 por Margarite Combes.[2] Este dibujo sirvió, del mismo modo, como modelo a un grabado del relato de viajes de D’Orbigny (Orbigny, 1841) y a un grabado de A de Lattre aparecido en el relato de 1848 en Magasin Pittoresque (Lattre, 1848), el cual, a su vez, fue reproducido en el Semanario Pintoresco Español(«Viage a la Nueva Granada», 1849), y en Das Pfennig-Magazin (Das Pfennig-Magazin für Belehrung und Unterhaltung, 1851). También llama la atención el parecido en la disposición de los elementos del grabado de Hamilton con el grabado que se encuentra en el relato de Gosselman (Gosselman, 1828). En especial debe señalarse el parecido que hay en la posición de las piernas del carguero que en ambos grabados se encuentra cargando a otro humano.  Por su parte, el grabado de Hamilton también sirvió como modelo al grabado iluminado Costumes/Colombie aparecido en la entrada sobre Colombia de la Enciclopedia L’Universe Pittoresque (Denis y Famin, 1837).[3]  (Figura 3)

Figura 3: Red de uso de modelos. Fuentes del Carguero de Villavicencio. Fuente: Elaboración propia en la plataforma Flourish.[4]

Podemos especular que el grabado presente en el libro de Manuel Villavicencio también podría haber tomado como modelo el grabado de Hamilton, aunque no hay certeza sobre si lo hizo directamente o a través de otro ejemplar. Además, se encuentra una acuarela sin información de autor ni de fecha en el Museo Nacional de Ecuador, que muestra un carguero con notables similitudes al representado por Villavicencio. Esta circunstancia sugiere que el grabado de Villavicencio y la acuarela anónima del Museo Nacional de Ecuador, forman parte de una red de préstamos, copias, apropiaciones y uso de modelos, características del modo de circulación de acuarelas y grabados de viajeros y de costumbres en el siglo XIX latinoamericano (De la Maza et al., 2016; Majluf, 2006) (Figura 3). En estas reinterpretaciones, los modelos se adaptaban para que las nuevas variaciones reflejaran de manera más específica los lugares a los que se pretendían hacer referencia en las nuevas manifestaciones.

Las imágenes del Carguero y la consolidación territorial de la república del Ecuador.

En el texto de Villavicencio, la imagen se ha adaptado para dar cuenta de unas condiciones geográficas específicas. Allí cumple una función retórica determinada por el objetivo mismo de la obra del geógrafo del Ecuador. Ana Sevilla se ha referido al papel que la geografía de Villavicencio tuvo en relación con la representación de la “Provincia de Oriente” (Sevilla Pérez, 2011; 2013).  Esto incluye la descripción que se encuentra en el texto, y el mapa que lo acompañó. Esta “geografía” fue utilizada por más de 30 años como instrumento de instrucción pública.

En el mapa de Villavicencio, el territorio del Ecuador es presentado como una entidad homogénea y compacta. La homogeneidad del mapa es caracterizada por Sevilla como una operación de “llenado” por medio de la cual Villavicencio representa el Oriente bajo la misma escala y de manera continua en relación con el resto del territorio nacional. Las vastas zonas no exploradas, que cubren casi la mitad de la superficie del mapa, están llenas de ríos imaginarios y cordilleras tomadas de diarios de viajes. Así, a pesar de los limitados recursos que se utilizaron en el proceso de mapeo y el contexto de inestabilidad política en el que salió a la luz, Villavicencio entrega lo que normalmente se esperaría de un mapa nacional: la imagen de una comunidad vinculada a un territorio (Sevilla Pérez, 2011; 2013). No obstante, surgen ciertas tensiones entre el mapa y el texto de Villavicencio. Si bien la operación de “llenado” también está presente en el texto, esta contrasta con la descripción de las precarias condiciones de las vías de comunicación, las cuales no logran conectar de manera adecuada las partes con el conjunto de la república. Esta discrepancia se evidencia también en la caracterización de la composición social de los territorios orientales, presentados como habitados por indios salvajes con costumbres diversas entre sí.

En 1892, el mapa de Villavicencio fue reemplazado por el mapa de Teodoro Wolf. A lo largo de su Geografía y Geología del Ecuador, Wolf descalifica sistemáticamente el mapa de Villavicencio argumentando que sus ilusiones patrióticas parecen ser más fuertes que su rigurosidad científica; lo cual hace que su mapa no sea más que un “mamarracho fantástico” (Wolf, 1892: 621). A diferencia de Villavicencio, Wolf lleva a cabo, en palabras de Ana Sevilla, una operación de “vaciado” (Sevilla Pérez, 2011: 59), en donde el Oriente es presentado en una escala mucho más pequeña que Villavicencio, destacando sus características como un inserto en una esquina con ríos marcados y una leyenda que describe regiones habitadas por indígenas. Según Sevilla, al rechazar la propuesta de Villavicencio por su falta de rigor científico, Wolf propone un enfoque basado en la cartografía científica en lugar de una apropiación retórica de la vasta y desconocida zona. Sevilla afirma que estas dos formas de mapear el Oriente evidencian tensiones y paradojas en la construcción de la cartografía nacional de Ecuador, donde el mapa de Villavicencio busca naturalizar una imagen del Estado a expensas de la rigurosidad científica, mientras que el de Wolf, de alguna manera, traiciona esta función al priorizar la fe en la ciencia y resaltar lo desconocido y salvaje, impulsando a nuevos descubrimientos (Sevilla Pérez, 2011; 2013).

En este punto, es importante resaltar que, a pesar de la diferencia en las aproximaciones cartográficas de Wolf y Villavicencio, los autores concuerdan en la mala calidad de las vías que conectan lo Andes con la “Provincia de Oriente”. Así, Wolf no deja de bosquejar el estado de las vías de comunicación, al cual ofrece un espacio aparte en su texto, aunque acepta que no es su objetivo principal. Para caracterizar los estados de los caminos cita el Resumen de la Historia de Ecuador de Pedro Fermín Cevallos, quien afirma que para llegar a la provincia de Oriente: “hay que andar á pié por varios dias ó ser llevado á espaldas de cargueros y expuesto á veces á quedarse á las márgenes del rio ó rios, que de súbito crecen y se ponen intransitables” (Wolf, 1892: 215; Cevallos, 1887: 78). En este punto, sin embargo, Wolf no parece rivalizar con Villavicencio, al estar de acuerdo con su afirmación de que “en el Ecuador no tenemos lo que realmente merece el nombre de caminos” (Wolf, 1892: 218; Villavicencio, 1858: 150).

Figura 4: Comparación de dos imágenes adyacentes. Imágenes de cargueros de objetos aparecidas en los relatos de Osculati y Orton. Fuente: Elaboración propia usando Aventura.js.

Una primera incursión en las fuentes de los viajeros que hicieron expediciones al Amazonas ecuatoriano, y que constituyeron las fuentes secundarias de los trabajos de Wolf y Villavicencio, ofrece posibilidades de análisis en este sentido. En su generalidad, estas fuentes muestran representaciones equiparables de la Provincia de Oriente, de sus vías de comunicación, y de la (no)civilidad de sus gentes (Osculati, 1854; William Jameson, 1858; Orton, 1875; Pierre, 1889; Spruce y Wallace, 1908). En estos textos, el papel del indio carguero es mostrado como un índice de las malas vías de comunicación, y de la pobreza de los medios de transporte. Podríamos afirmar que la imagen de este personaje es un recurso retórico que enfatiza la desconexión física, cultural y política de la Provincia de Oriente con el resto de la República. (Figura 4) 

Conexiones entre los Andes y la región amazónica en perspectiva de larga duración.

Por su parte, los arqueólogos y etnohistoriadores han documentado, para el caso de las comunidades prehispánicas, relaciones entre los Andes y el Amazonas mucho más dinámicas y fluidas. Estudios han confirmado la existencia de modelos de organización espacial vertical en los Andes prehispánicos, que aprovechaban la topografía montañosa para integrar diferentes climas y zonas ecológicas en actividades agrícolas, ganaderas e intercambios culturales y comerciales. En relación a los Andes centrales (Bolivia y Perú), John Murra acuñó el término “archipiélago vertical” para describir los asentamientos permanentes de ciertos grupos en las altiplanicies. Estos grupos controlaban distintos niveles y zonas ecológicas, desde la puna hasta la costa, lo que les proporcionaba una mayor diversidad de recursos (Murra, 1983; 1972).Este modelo ha sido objeto de debate y ha permitido analizar otras formas de organización espacialidad vertical a lo largo de los Andes prehispánicos y sus sobrevivencias en el período colonial y republicano (Salomon, 1978; 1980; Langebaek, 1987; Ramírez, 1996; Bonilla, 2005; Gamboa, 2013; Mora Pacheco, 2019).

Frank Salomon ha estudiado el problema de los intercambios entre los Andes ecuatorianos y las tierras bajas. Aunque ha afirmado una prevalencia de los intercambios con la ladera occidental, también muestra que, a lo largo de la historia, las personas de las laderas amazónicas han buscado relaciones con los andinos a pesar de desafíos significativos. Salomon menciona la antigüedad de los vínculos entre la sierra y la Amazonia, evidenciada por hallazgos arqueológicos. De este modo, destaca la importancia de estas conexiones para comprender el papel del intercambio a larga distancia en la antigua Quito (Salomon, 1980: 172-77; 1997).

Por su parte, Clemencia Ramírez analizó el caso de los Sibundoy en el piedemonte      andino que une a Pasto con el Putumayo. La autora utiliza el término “frontera fluida” (Ramírez 1996)[5] para describir el tránsito constante entre la selva amazónica y las montañas andinas por parte de las comunidades que se especializaron en prácticas de intercambio comercial a través del oficio de los cargueros. La frontera entre los Andes y la selva era fluida, ya que los habitantes del valle del Sibundoy tenían influencias tanto de la selva como de la zona andina. Además, esta frontera era dinámica debido al constante desplazamiento entre ambos lugares, lo cual caracterizaba la articulación territorial. Durante la época colonial, los Sibundoyes se convirtieron en reconocidos cargueros y guías de expediciones, destacándose por su habilidad en el comercio, según los registros españoles: “Los españoles reconocen en los Sibundoyes a los mejores cargueros y guías de las expediciones, y hacen referencias a su habilidad para el comercio” (Ramírez, 1996: 64). (Figura 5)

Figura 5: Comparación de imágenes adyacentes. Anónimo, Expedición Malaspina, Modos de cargar los indios a los que caminan por tierra de Quito a Napo, 1791; A de Lattre, El Tabillo: Maniére dont les voyageurs sont portés á dos d’homme dans les envirous de Pasto, 1848; José María Gutiérrez de Alba, Mi escribiente pasando una quebrada a espaldas de su peón carguero, 1873. Fuente: Museo de América, Madrid. Inv: 02218; Le Magasin pittoresque, 16, 1848; Tomo IX. Excursión al Caquetá. Del 28 de enero al 26 de mayo de 1873. Impresiones de un viaje en América (1970-1884).

Conclusiones. El tiempo del Carguero.

Las pervivencias de prácticas del pasado en el presente reflejan la complejidad del siglo XIX, marcado por la coexistencia de diversos registros temporales. Desde la perspectiva de la conciencia histórica de los actores de esa época, las condiciones de las vías de comunicación, la existencia de medios de transporte y las porciones de territorio “imperfectamente” integradas a la totalidad de la comunidad política no podían ser interpretadas de otra manera que como anacronismos, es decir, como presencias indeseables del pasado en el presente que debían corregirse para adecuarse al progreso del tiempo histórico. Sin embargo, los viajeros locales y extranjeros del siglo XIX, en sus relatos, mapas e imágenes, permiten documentar la sobrevivencia  (Nachleben) colonial y republicana de prácticas de articulación territorial entre los Andes y el Amazonas –sin distinciones de fronteras nacionales- semejantes a las descritas por Salomon y Ramírez para el período prehispánico. Así, las imágenes también muestran la manera cómo, a pesar de las dificultades, estas comunidades, en perspectivas de larga duración, han creado formas de comunicación, y no han dejado de establecer contactos y conexiones entre zonas geográficas de características ecológicas y climáticas diversas.

De este modo, el carguero no solo es el síntoma de la herida que no permite conectar las partes del todo por la dificultad de sus caminos. El carguero es la tecnología que pueblos con interpretaciones verticales del espacio se inventaron para posibilitar su tránsito por él a pesar de las dificultades de transitarlo. Esta interpretación entra en pugna con la visión tradicional en la que el carguero es la “imagen” que hace visible la dificultad de los terrenos y el consecuente aislamiento y atraso de las diferentes regiones. En este sentido, esta lectura permite hacer eco de una reciente historiografía, en el caso colombiano, en la que el carguero es interpretado como una tecnología que hace posible la conexión entre las partes (Ramírez, 1996; Herrera Ángel, 2010; 2018). Esta operación posibilita la redención de la historia truncada de los cargueros quienes, lentamente, conectaban zonas separadas por la espacialidad vertical andina. Esto les permite irrumpir en el presente, iluminando nuevas interpretaciones de nuestra relación con el espacio de las comunidades en las que los Andes se despliegan sobre el trópico ecuatorial. Insistir en esta manera de ver las cosas puede ser provechoso para la memoria histórica de una comunidad que se ha acostumbrado a ver la relación con su territorio de manera trágica, como un destino, y no como una oportunidad.


Referencias

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———. 2012. El Atlas de imágenes Mnemosine: reproducción facsimilar. Editado por Linda Báez Rubí. Primera edición. Coyoacán, México: Universidad Nacional Autónoma de México.


[1] Este texto representa una profundización y ampliación, aplicada al caso de la Amazonía ecuatoriana, de los temas y fuentes previamente explorados en: Urueña Calderón, 2022; 2024.

[1] El término está relacionado con la noción de “sobrevivencia” (Nachleben) acuñada por Aby Warburg. Este se refiere a cómo las imágenes y otros objetos culturales transportan, de manera latente, reducida y fragmentaria, sentidos del pasado. Estos sentidos pueden manifestarse, transfigurados y reconfigurados, en distintos momentos históricos. Así, al enfrentarse con estas imágenes, espectadores, artistas e investigadores tienen la oportunidad de explorar este pasado sobreviviente, redimiéndolo para iluminar las interpretaciones del presente (Warburg, 2012; Didi-Huberman, 2009; Urueña Calderón, 2017).  Si bien Warburg aplicó su categoría a la sobrevivencia de los gestos patéticos del mundo antiguo en el renacimiento, se debe recordar que él mismo fue un viajero europeo en América. En 1895, visitó a los “Indios Pueblo” en Nuevo México, Estados Unidos. Allí, Warburg se enfrentó a problemas similares a los de los viajeros en Suramérica en el siglo XIX, aunque sus herramientas disciplinarias y tecnológicas eran diferentes. En este contexto la categoría Nachleben también fue operativa (Warburg, 1995; Mann y Cestelli Guidi, 1998; Freedberg, 2005; 2013). En cuanto a la concepción de temporalidad “sobreviviente” derivada de la obra de Warburg, esta puede considerarse paradigmática de un régimen de historicidad contemporáneo. A diferencia del régimen moderno de historicidad, que se orientaba hacia el futuro en línea con la noción de progreso, los debates acerca del régimen de temporalidad contemporáneo, discuten acerca de la coexistencia de lo sincrónico con lo no sincrónico (Koselleck, 1993), dentro de un contexto poblado por múltiples temporalidades (Fareld, 2021). Esta situación ha sido abordada desde perspectivas pesimistas, como es el caso del presentismo (Hartog, 2007), pero también se han reconocido nuevas posibilidades (Assman, 2020), relacionadas con dar voz a los silencios impuestos a los proyectos que en el pasado no se realizaron. En este contexto la obra de pensadores como Walter Benjamin y Aby Warburg ha sido de particular importancia (Urueña Calderón, 2017).

[2] (Combes, 1928) Roulin se refiere a este dibujo en un artículo publicado en su recopilación de escritos científicos: (Roulin, 1865)

[3] Esta relación fue señalada por Carolina Vanegas: (Vanegas Carrasco, 2017)

[4] Consultar el siguiente link para visualizar el grafo y acceder a la posibilidades de interacción: https://public.flourish.studio/visualisation/14785910/. Usar este fragmento para embeber el gráfico en el sitio web: <div class=”flourish-embed flourish-network” data-src=”visualisation/14785910″><script src=”https://public.flourish.studio/resources/embed.js”></script></div> 

[5] Patricia Vargas aporta la siguiente definición: “Las fronteras fluidas, comunes entre sociedades equiparables en términos militares y políticos, se distinguen por ser zonas de amortiguación en donde dos o más sociedades tienen referencias territoriales e históricas, siendo generalmente centros comerciales” (Vargas, 1993: 39)


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